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Columna de Mauricio Morales: "A otro perro con ese hueso"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

El “perro matapacos” está en proceso de deconstrucción. Para algunos, es el símbolo de la lucha social que acompañó al estallido de octubre de 2019. Para otros, simplemente corresponde a una imagen burda, aberrante y violenta que convoca más al odio que a la unidad. Quienes defendieron en las calles la primera opción, hoy miran al animal con cierto desprecio, olvidándose- incluso- que alguna vez usaron poleras con su imagen o, en el caso del Presidente, un sticker en su computador cuando ejercía como diputado.

No hay dos lecturas. El “perro matapacos” es un ejemplo de violencia, desorden, destrucción y odio. Expresar una sensación romántica o benevolente sobre el mismo, sólo pone en entredicho el compromiso con la paz social de quienes llaman a la unidad del país. Cuesta entender cómo algunos líderes políticos decidieron rendir honores a una figura que en su mismo término llamaba al crimen, y que hoy quieren presentar como algo pintoresco, algo exagerado, pero sin mala intención. A otro perro con ese hueso.

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Lamentablemente, en una reciente entrevista al diario El País, la vocera Camila Vallejo dijo lo siguiente: “Un símbolo significa algo positivo para algunos, pero también puede significar algo negativo para otros. Y efectivamente el nombre que se le puso al perro es ofensivo, por ejemplo, para probablemente las familias de carabineros, para la propia institución. Para otros significa un momento donde la ciudadanía se expresó, donde reivindicó sus posiciones”. Esta declaración es inaceptable en sí misma. ¿Desde cuándo la ciudadanía reivindica sus posiciones defendiendo una imagen que convoca al delito?, ¿por qué la reivindicación debiese implicar violencia o desorden?, ¿desde qué perspectiva sería razonable defender algo como esto? La nueva elite política de izquierda aún no es capaz de cortar el vínculo con el estallido ni con las prácticas antidemocráticas.

Es cierto que en el contexto de la movilización se produjeron probados eventos de violación a los derechos humanos, pero eso no habilita una defensa casi corporativa de una imagen que promueve el odio. Además, no sólo las familias de Carabineros y la institución se sintieron ofendidas, sino que también gran parte de la ciudadanía que la respalda con más del 80%, cifra muy lejana al 26% que registra el gobierno en la reciente encuesta CADEM.

Todo esto hace pensar que las palabras del Presidente respecto al “perro matapacos” y los calificativos de “burdo” y “ofensivo”, no son creíbles. Da la impresión que frente a una nueva explosión social la izquierda que lidera el mandatario no dudará un solo minuto en reponer esta simbología. De hecho, desde la propia coalición emergieron críticas a los dichos del Presidente. Entonces, no hay un consenso mínimo en el rechazo a la violencia como forma de lucha. Si el Presidente usó un sticker del “perro matapacos” en su computador- luego de haber dicho que jamás se encontraría un vínculo entre ambos- la vocera de gobierno remató diciendo que, en realidad, ese animal fue la expresión de las reinvindaciones sociales.

Hay que ser justos. A la derecha le costó más de 30 años desligarse parcialmente de la figura de Pinochet y del golpe de estado, y recién en 2013 el Presidente Piñera habló de los “cómplices pasivos”. A la izquierda, en tanto, le sale por los poros su apoyo al estallido social y la violencia que ese episodio trajo consigo para el país. Por tanto, ambos bandos “lo volverían a hacer” en circunstancias similares. Esa es la tragedia chilena. Todos los actores políticos convocan a la paz y al diálogo, pero si las condiciones cambian, no tengamos la más mínima duda de que esas convicciones que hoy muestran en el relato, se desplomarán como castillo de naipes frente a los hechos.

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