Tatiana Santo Domingo: "Quiero niños y muchos perros. Un hogar estable es lo que más deseo"

Acaba de tener su segundo hijo con Andrea Casiraghi. Recuperamos esta entrevista exclusiva en la que Tatiana Santo Domingo nos habló de la alta sociedad y de su idea de un futuro perfecto.

Lo primero que llama la atención de Tatiana Santo Domingo (Nueva York, 1983) son sus ojos. Marrones, dulces y muy abiertos. Los mismos que se sobresaltan ante los flashes y hacen que, muy frecuentemente, aparezca en el papel cuché con cara de susto. O, según dicen sus detractores, con cara de dolor físico. “No me gusta que me hagan fotos, por eso adopto esa expresión de sufrimiento”, explica en un receso de la sesión de Vanity Fair. Santo Domingo, heredera de una de las familias más poderosas de Colombia, eterna novia del príncipe sex symbol, Andrea Casiraghi, y miembro del trío de amigas más envidiado de nuestros tiempos —con Margherita Missoni y Eugénie Niarchos —, es famosa por no dar entrevistas.

Pero esta vez, embarcada en un nuevo proyecto profesional, ha hecho una excepción. Incluso en medio de un repunte de los rumores que se empeñan en distanciarla del aristócrata. Hasta hace poco Tatiana y Andrea eran inseparables y la voz de ella, inaudible, pero las apariciones de la pareja ahora son más espaciadas y la reservada neoyorquina ha destapado su lado emprendedor. Cortés, pero no demasiado complaciente; cálida, pero no fácil. Se jacta de su independencia y avanza hacia sus objetivos (establecerse, tener un hogar) . Da pistas sobre su propio enigma, aunque hacerlo sea darle una bofetada a su célebre discreción.

Durante todo un día de diciembre, Tatiana y Dana Alikhani (Chipre, 1984) se turnan para que, mientras una es entrevistada junto a la chimenea del destartalado salón de una casa al este de Londres, la otra pose ante el fotógrafo en el piso superior. Han llegado por la mañana: Alikhani, vestida con unas botas peruanas y una cazadora peletera con capucha; Tatiana, con una antigua túnica turca sobre unos vaqueros negros.

Además de amigas, son **socias en Muzungu Sisters **, una firma de moda ética online que durante todo el año pasado las llevó alrededor del mundo en busca de piezas para su catálogo. Sarongs de Bali, pantalones gauchos o boleros peruanos, confeccionados por cooperativas o artesanos a muy pequeña escala, y deudores del estilo de Tatiana, entre lujoso y multicultural. El mismo que ha hecho de ella musa de Valentino y Giambattista Valli, la nueva guardia de la alta costura, y merecedora del título de mujer mejor vestida del mundo hace un par de años.

“Antiguamente, en suajili muzungu quería decir viajero o vagabundo, aunque hoy sólo se aplica a los gringos”, explica no sin algo de ironía. “Mi estilo siempre ha sido bastante étnico. Tuve la suerte de que, desde pequeña, mis padres me llevaran de vacaciones a destinos exóticos, de los que siempre traía recuerdos... A mis amigos les encantaban y me pedían que comprara también para ellos, así que tenía muchas ganas de hacer algo que reuniera mis piezas favoritas de todo el mundo”.

Gringa vagabunda o gypsetter: ese término que, mezclando gypsy (gitano) y jet-set, define a una nueva generación de jóvenes que ha cambiado el club de playa de Saint-Tropez por los encantos de un diminuto pueblo chileno, o por un archipiélago ignoto de Indonesia.

Pero nadie podría acusar a Tatiana de oportunista, porque lleva muzungu escrito en su código genético: nació en Nueva York, hasta los 15 años vivió Ginebra y pasaba los veranos en Bali. Estudió secundaria en París, fue a la universidad en Londres y completó sus estudios con un máster en Comunicación Visual en el New School de Nueva York. Su madre, Vera Rechulski, es una socialite de São Paulo, aunque vive en Río; y su padre, Julio Mario Santo Domingo Braga (fallecido en 2009) , era brasileño con ascendencia colombiana. Por no hablar de los abuelos: Edalya Braga, brasileña también, y Julio Mario Santo Domingo, el segundo hombre más rico de Colombia, según Forbes, nacido en Panamá y afincado en Nueva York hasta su muerte el pasado octubre.

Pedigrí aparte, Tatiana saltó a la fama en 2005 cuando se hizo oficial su relación con Andrea Casiraghi, a quien había conocido en el instituto. Las imágenes de aquel verano ya forman parte de la mitología contemporánea: una pareja guapa y enamorada, vestida con desaliño hippy, en una playa idílica de Formentera. Una explosión de amor paralela al auge de su círculo: Carlota Casiraghi, hermana de Andrea, y su ahora exnovio, el brasileño Alex Dellal; los hermanos Eugénie y Stavros Niarchos;Margherita Missoni, heredera de la firma de moda italiana...

El fenómeno echó a volar en 2009, cuando la edición norteamericana de Vanity Fair publicó un reportaje en el que Bruce Weber retrataba al nuevo establishment: 38 herederos entre los que se contaban, además del círculo monegasco, Antoine Arnault, la rusa Dasha Zukhova, Lapo Elkann y su novia Bianca Brandolini d’Adda, Alejandro Santo Domingo, tío de Tatiana, y Julio Mario III, su hermano.

Desde entonces la heredera y el aristócrata ejercen de pareja ideal: ya sea en la Fórmula 1 de Mónaco, en una fiesta en París o en una boda en Cartagena; además, están perfectamente integrados en sus respectivas familias (es célebre la frase de aprobación que le atribuyen a Carolina Grimaldi sobre Tatiana: “Es rica, es guapa y es educada ”) .

La colombiana habría hecho sentar la cabeza al antaño díscolo Andrea —sin contar algún desliz—, que ostenta el segundo puesto en la línea sucesoria del Principado, después de su tío Alberto. Sea cual sea el desenlace final, la irreprochable Tatiana cuenta también con la aprobación de los exigentes mentideros de la realeza, a cuyos participantes les gustaría verla convertida en princesa gracias a una boda que, predicen, debería ocurrir antes del décimo aniversario de su noviazgo. Ambos fueron fotografiados juntos por última vez en enero, esquiando en Saint Moritz.

© David Dunan

Madera de Antiestrella

Sentada junto al fuego, al caer la tarde, después de haber sido fotografiada con looks de Dior y Prada y tras varias horas de peluquería y maquillaje, su suave acento norteamericano suena cansado. Santo Domingo es admirada por su discreción. Por su lealtad. Dos rasgos que afloran en el tono educado pero cauteloso, casi monocorde, con el que responde al periodista.

Gesticula lo justo, te mira con atención y busca las palabras con cuidado incluso cuando recuerda su infancia, feliz, o una adolescencia tranquila en la que ni siquiera sintió la necesidad de rebelarse: “La generación de mis padres hizo mucho y vivió mucho, así que nunca sentí que hubiera demasiado contra lo que protestar ”.

Admite ser muy nostálgica, “hasta de lo que pasó ayer. Pienso en mi infancia en Ginebra y en aquellos fines de semana en casa de mis abuelos, o cuando estudiaba en París…”. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? “Supongo”, dice con una sonrisa. “Aunque no significa que le tenga miedo al futuro ”.

—Hay muchos viajes, pero nada de soledad en su historia.

—No, en absoluto. Allá donde he vivido he tenido un hogar. Es ahora cuando estoy viajando más. No tengo un marido, no tengo nada, de modo que lo puedo hacer.

—¿Cómo se ve dentro de diez años?

—Casada, con niños y muchos perros. Y con un hogar estable. Tal vez sea esto lo que deseo sobre todas las cosas.

Con tanta vehemencia como rehúye el cliché de pobre niña rica, también se resiste a aceptar un término, socialite, “que con frecuencia se aplica a personas que tienen sus propios trabajos y cuyas vidas no sólo consisten en ir de fiesta”. ¿Tal vez demasiados famosos hayan querido imitar el hedonismo de figuras como Paris Hilton? “Puede —concede—. Pero es que sea como sea Paris, ¡ella también trabaja! A todo el mundo le gusta inventarse cuentos de hadas sobre princesitas que pueden hacer lo que les dé la gana, cuando hay gente privilegiada que incluso así lucha por encontrar algo que le apasione, construir sobre ello y no tirar por la borda el dinero que sus padres le han dejado”.

Hay mucho de post-Hilton en Santo Domingo. Si la primera ha hecho de la sobreexposición un arte, la segunda cultiva lo contrario: no da entrevistas, rara vez posa y ha renunciado a hacer un negocio de su apellido. Pertenece a una generación que tiene el egotrip por bandera, pero Tatiana no muestra maneras de celebridad (carece de agente, ** responde personalmente** a sus emails y hace las llamadas de teléfono necesarias) .

Lleva tanto tiempo evitando hablar sobre sí misma que pocos saben que trabajó durante un año con el director de arte Giovanni Bianco —que colabora en las campañas publicitarias de Prada, Zegna o Versace— o que, hasta que puso en marcha Muzungu Sisters, colaboró como investigadora con Aimée Belle, subdirectora del Vanity Fair norteamericano. Además, escribe y hace fotos, aunque siempre como hobby. Resulta que una de las personas más notorias de la escena internacional también es uno de sus secretos mejor guardados.

Al igual que en Muzungu Sisters comparte la responsabilidad con Dana Alikhani, rehúsa enfrentarse sola a los focos. A veces lo hace acompañada por Andrea y casi siempre por Margherita y Eugénie, lo cual, involuntariamente, no ha hecho más que aumentar su atractivo mediático. Las tres estaban juntas el pasado verano en una fiesta en el château de Valentino en París (Tatiana, con un precioso vestido de alta costura de la casa) ; del brazo de su novio, en julio, en el evento más importante del año: la boda de Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock.

Además, recientemente se dejó ver en una campaña publicitaria de Missoni; y en 2010, uno de los primeros bolsos que Margherita diseñó para su marca llevaba por nombre Tats, el apodo cariñoso de Santo Domingo (por supuesto, también estaba Euge, dedicado a Niarchos) . Progresivamente, el interés del público se está desplazando de Tatiana, la novia de, a Tatiana el icono de moda. Aunque ella siga sin entender la atención que recibe: “Cuando vamos a un desfile y hay tantos fotógrafos, pienso: ‘Dios mío, sí que deben estar quedándose sin celebrities...’. Porque al final es un poco tonto, ¿no?”.

Los Santo Domingo nunca han sido discretos. El hermano pequeño de Tatiana, Julio Mario III (Arizona, 1985) , es un conocido dj en Nueva York, y sus tíos Alejandro y Andrés (casado con Lauren Davis, colaboradora de Vogue América) , son dos de los hombres más cotizados de la ciudad. Pero el primero fue su abuelo, Julio Mario. Era hijo de un industrial que hizo una fortuna comprando compañías arruinadas tras el crack de 1929, y a su elegancia y atractivo físico se añadía un agresivo olfato para los negocios y talento para la literatura.

En los años cincuenta formó parte del llamado Grupo de Barranquilla junto a sus amigos Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda (Santo Domingo llegó a escribir algunos relatos de corte surrealista, como Divertimento, que publicó en 1949 la revista Estampa de Bogotá) . Fue embajador de Colombia en China y en su momento álgido controló Bavaria, la mayor cervecera de Colombia, y la línea aérea Avianca, además de empresas de telefonía y medios de comunicación; cuando en 2005 vendió Bavaria a la sudafricana SABMiller, la operación convirtió a los Santo Domingo en poseedores del 15 por ciento de la segunda cervecera más grande del mundo. Su holding empresarial, Valórem, hoy dirigido por Alejandro, tuvo un beneficio neto de más de 38 millones de euros en 2010.

©David Dunan

Mi abuelo fue muy inspirador. Trabajó muy duro. Él siempre me aconsejó que me dedicara a lo que me hiciera feliz”, recuerda una Tatiana que no pretende igualar las hazañas de sus antecesores: “Gracias a ellos tengo la suerte de estar donde estoy y de vivir como vivo, pero no intento conseguir las mismas cosas”. El pasado 10 de octubre, al funeral de Julio Mario en Nueva York —donde vivía en el 740 de Park Avenue, el mismo edificio que ha alojado a los Rockefeller, los Vanderbilt o los Guggenheim—, acudió el Manhattan patricio: Oscar y Annette de la Renta, Patricia Herrera, Nancy Kissinger … Y Tatiana y Andrea, unidos y desafiando los rumores de distanciamiento.

Nuestro Hombre en Teherán

Dana y Tatiana se conocieron en Londres, cuando iban a la universidad. Pertenecen al mismo círculo (fueron presentadas por el hermano de Dana, el director de documentales Bora Alikhani) , pero la chipriota también se niega a ser considerada una chica de sociedad: “Yo no me incluiría en esa categoría, ni por mi forma de ser, ni por mi estilo de vida. Aunque entiendo que, de cara a la galería, por asociación, te acaben poniendo etiquetas que nada tienen que ver contigo”. Directa. Coherente. Con ese inglés que caracteriza a la bohemia internacional, pero que en este caso refleja una trayectoria atípica: asistió a colegios ingleses y norteamericanos, se licenció en Antropología Social en Londres, terminó un máster en Derechos Humanos en ** la universidad neoyorquina de Columbia** y cuenta con experiencia laboral en proyectos con refugiados y en análisis de riesgo en Oriente Medio.

Indagas en la historia de su padre, Hossein, y la trama se hace digna de John LeCarré. Nacidos en Irán, los Alikhani se fueron del país en 1978, antes de la Revolución Islámica de 1979. Tras abandonar el negocio editorial que Hossein tenía en Teherán, después de dos años en Estados Unidos, se establecieron en Chipre en 1980, desde donde comerciaban con maquinaria industrial para refinerías entre Europa y Oriente Medio. Llevaron una existencia tranquila hasta 1992, cuando Alikhani fue capturado por EE UU, acusado de violar el embargo comercial a Libia.

Como explica Dana, se trataba de una trampa: “Como mi padre no era ciudadano estadounidense ni vivía en el país, las sanciones contra Libia no le afectaban y una compañía norteamericana se le aproximó con la intención de hacer negocios con él. Después de muchos contactos, durante un viaje a las Bahamas, cuando ya estaban en el avión, los supuestos empresarios le confesaron que en realidad eran agentes de aduana camuflados, y que lo llevaban preso a Miami. Durante los primeros días no sabían qué hacer con él, porque no estaba acusado de nada y ni siquiera contaban con la autorización de las autoridades de Bahamas para sacarlo del país, así que lo tuvieron secuestrado en moteles, esposado a la cama ”.

Tras cuatro meses en la cárcel, lo liberaron “con unos cargos simbólicos que se vio obligado a aceptar porque ya había cumplido su condena”. Alikhani pasó los últimos años de su vida escribiendo libros sobre las consecuencias de las sanciones estadounidenses a Libia e Irán y, “pese a su horrible experiencia, fomentando las relaciones bilaterales entre Irán y Estados Unidos”.

Murió, víctima de un cáncer, en 2008. El padre de Tatiana falleció un año después, aquejado de la misma enfermedad. “Muchas veces, cuando estamos en la oficina, desearíamos poder llamar a alguno de los dos para que nos dieran consejo”, cuenta Dana. “Pero de alguna manera la respuesta viene sola. Si tuviste la suerte de tener una relación estrecha con tu padre, todavía puedes escuchar sus palabras en la cabeza ”.

Esto les ha servido de guía los cinco meses que Muzungu Sisters lleva en activo. “Todavía estamos en la fase más básica”, explica la chipriota. “Queremos influir en las comunidades con las que trabajamos. En Perú colaboramos con una cooperativa donde enseñan a la gente a tejer como lo hacían sus ancestros hace 2.000 años, porque estas tradiciones se están perdiendo”. Tatiana lo explica con su característica modestia: “No hay nada de fashion en todo esto, ni pretendemos ser diseñadoras. Muzungu Sisters consiste en viajar, conocer a los artesanos, encontrar cosas inusuales…”.

Aunque puedan levantar suspicacias: ¿Dos niñas bien recorriendo el mundo en busca de cestas sicilianas y otros souvenirs? “A la gente le encanta criticar. Somos muy afortunadas por poder llevar a cabo este proyecto, pero por lo menos lo estamos haciendo”, afirma Santo Domingo. Y Alikhani remata: “Entiendo que a alguien le pueda parecer ostentoso viajar por el mundo para buscar prendas de ropa, pero lo hacemos de forma sensata, sin excesos ni extravagancias. Es trabajo, no son vacaciones ”. La entrevista llega a su fin. Tatiana, que no tiene ni coche ni casa propia, está pensando en comprar un piso, posiblemente en Londres.

Estas dos nómadas que hablan cinco idiomas, leen a Dickens y a Alejandro Dumas y escuchan blues, han escogido la ciudad del Támesis como hogar donde disfrutar de su estrategia de perfil bajo: “Nadie me para por la calle, y tampoco a Tatiana. ¡No es como si fuera Julia Roberts!”, ríe Alikhani. A pesar de todo, Tatiana Santo Domingo no se esconde. Tiene su parte de orgullo: “Solo intento complacer a mis amigos, a mi familia y a mí misma. Mala suerte si no le gusto a alguien ”. Para añadir, después de una pausa: “Aunque tampoco quiero ofender a nadie”.

©David Dunan