Economía narrativa en el «Persiles»: un ejemplo

Me referiré tan solo a un ejemplo claro de esta economía narrativa que se aprecia en el Persiles. Mediado el libro III, con la ausencia de la narración de Arnaldo, ha desaparecido también el tema de los celos (que había tenido mucha importancia en el libro II). Pues bien, cerca de Valencia sale al paso de los peregrinos una villana que pronuncia estas breves y misteriosas palabras: «Señores, ¿pedirlos he o darlos he?» (p. 786b)[1].

Celos2

Periandro es el único capaz de solucionar el enigma expresado en forma de ceugma y dar una respuesta adecuada, acertando que se trata de pedir o dar celos. La escena se resuelve en escasas diez líneas, pero sirve para retomar el por algún tiempo abandonado tema de los celos, en lo que constituye una maravillosa muestra de la economía narrativa de Cervantes[2].

Celos3


[1] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[2] Más tarde, con los protagonistas ya en Milán, el tema reaparece al acudir a una sesión de la Academia de los Entronados, en la que participan en la disputa acerca de si puede haber amor sin celos. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

La admiración, la verosimilitud y lo maravilloso en el «Persiles» (y 2)

Abundan en el Persiles los comentarios metaliterarios sobre diversas cuestiones relacionadas con la verosimilitud. Así, sobre el binomio verdad / imaginación se reflexiona al final del libro I:

En el cual punto deja el autor el primer libro desta grande historia, y pasa al segundo, donde se contarán cosas que, aunque no pasan de la verdad, sobrepujan a la imaginación, pues apenas pueden caber en la más sutil y dilatada sus acontecimientos (p. 724a)[1].

En II, 15 se habla de las fuerzas de la imaginación y de mentiras que parecen verdades (p. 750b). En III, 10 se introduce un nuevo comentario a propósito de la verdad y la verosimilitud:

… porque no todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrían pasar sin serlo y sin quedar menoscabada la historia: acciones hay que, por grandes, deben de callarse, y otras que, por bajas, no deben decirse; puesto que es excelencia de la historia que cualquiera cosa que en ella se escriba puede pasar, al sabor de la verdad que trae consigo; lo que no tiene la fábula, a quien conviene guisar sus acciones con tanta puntualidad y gusto, y con tanta verisimilitud que, a despecho y pesar de la mentira, que hace disonancia en el entendimiento, forme una verdadera armonía (p. 781a).

En III, 12, Ambrosia Agustina, tras contar su historia, advierte a sus oyentes:

Esta es, amigos míos, mi historia: si se os hiciere dura de creer, no me maravillaría, puesto que la verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo. Y, pues que comúnmente se dice que el creer es cortesía, en la vuestra, que debe de ser mucha, deposito mi crédito (p. 788a).

Asimismo, del vuelo desde la torre de la mujer de Domicio, que aterriza ilesa merced a que sus vestidos ralentizan la caída, se afirma que es caso «más para ser admirado que creído» (p. 792b), aunque ya se señaló antes que era «cosa posible sin ser milagro» (p. 790b).

Vestido paracaídas

Con frecuencia suele recordarse, a este respecto, una cita del comienzo de III, 16:

Cosas y casos suceden en el mundo, que si la imaginación, antes de suceder, pudiera hacer que así sucedieran, no acertara a trazarlos; y así, muchos, por la raridad con que acontecen, pasan plaza de apócrifos, y no son tenidos por tan verdaderos como lo son; y así, es menester que les ayuden juramentos, o a lo menos el buen crédito de quien los cuenta, aunque yo digo que mejor sería no contarlos, según lo aconsejan aquellos antiguos versos castellanos que dicen:

Las cosas de admiración
no las digas ni las cuentes,
que no saben todas gentes
cómo son (p. 793a).

La verosimilitud entra en juego de nuevo a propósito del episodio de la cueva de Soldino:

Otra vez se ha dicho que no todas las acciones no verisímiles ni probables se han de contar en las historias, porque si no se les da crédito, pierden su valor, pero al historiador no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o no lo parezca. Con esta máxima, pues, el que escribió esta historia dice que Soldino, con todo aquel escuadrón de damas y caballeros, bajó por las gradas de la escura cueva, y a menos de ochenta gradas se descubrió el cielo luciente y claro y se vieron unos amenos y tendidos prados que entretenían la vista y alegraban las almas (p. 797a).

En fin, al inicio de III, 14 leemos una cita sobre la historia, la poesía y la pintura, artes que pueden tratar cualquier tema (la libertad del creador es total, y ninguna materia escapa a su fuerza creadora):

La historia, la poesía y la pintura simbolizan entre sí, y se parecen tanto que, cuando escribes historia, pintas, y cuando pintas, compones. No siempre va en un mismo peso la historia, ni la pintura pinta cosas grandes y magníficas, ni la poesía conversa siempre por los cielos. Bajezas admite la historia; la pintura, hierbas y retamas en sus cuadros; y la poesía tal vez se realza cantando cosas humildes (p. 789b)[2].

Y es que, al igual que ocurre en el Quijote, Cervantes en el Persiles nos ofrece, al mismo tiempo que la práctica, su teoría de la novela[3]. Estas intromisiones autoriales, con comentarios metaliterarios, abundan en los libros III y IV (escritos de forma simultánea con el Quijote)[4].


[1] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[2] Otros comentarios metaliterarios tienen que ver con referencias al autor de la historia, como en las pp. 724b, 725b y 732a.

[3] Ver Stephen Harrison, La composición de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», Madrid, Pliegos, 1993, p. 116.

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

La admiración, la verosimilitud y lo maravilloso en el «Persiles» (1)

Tres aspectos esenciales dentro de la teoría de la novela cervantina son la admiración, la verosimilitud y lo maravilloso, puestos de relieve por varios comentarios metaliterarios que Cervantes introduce por boca del narrador o de sus personajes. El autor debe despertar la admiratio de los lectores[1], que es al mismo tiempo la admiración de los personajes de la novela.

Admiración

Se podrían multiplicar hasta la saciedad las citas del Persiles que hablan de cómo quedan admirados todos cuantos contemplan la belleza, la nobleza, la virtud y la discreción del «hermoso escuadrón» de peregrinos (en particular las de Auristela y Periandro, capaces de conmover a los más bárbaros). Así, tras su llegada a tierras portuguesas leemos:

Ya salía de Belén el nuevo escuadrón de la nueva hermosura: Ricla, medianamente hermosa, pero estremadamente a lo bárbaro vestida; Constanza, hermosísima y rodeada de pieles; Antonio el padre, brazos y piernas desnudas, pero con pieles de lobos cubierto lo demás del cuerpo; Antonio el hijo iba del mismo modo, pero con el arco en la mano y la aljaba de las saetas a las espaldas; Periandro, con casaca de terciopelo verde y calzones de lo mismo, a lo marinero, un bonete estrecho y puntiagudo en la cabeza, que no le podía cubrir las sortijas de oro que sus cabellos formaban; Auristela traía toda la gala del setentrión en el vestido, la más bizarra gallardía en el cuerpo y la mayor hermosura del mundo en el rostro. En efecto, todos juntos y cada uno de por sí, causaban espanto y maravilla a quien los miraba; pero sobre todos campeaba la sin par Auristela y el gallardo Periandro (p. 761b)[2].

En III, 16 se describe un aposento todo de luto, y un caballero anciano de lo mismo, formando «la más extraña visión que habréis visto en vuestra vida» (p. 793b). El anciano les anuncia que pronto verán una gran maravilla: se refiere a Ruperta, mujer del conde Lamberto de Escocia, asesinado por el desdeñado Claudino Rubicón. Ruperta, que conserva y lleva consigo la cabeza descarnada de su esposo en una caja de plata, ha jurado sobre ella vengar su muerte; y hasta que no consiga su objetivo, su vestido, su aposento y todos sus objetos son de color negro[3], resolución que deja admirados a todos.

Dos capítulos después aparece una dama toda vestida de verde, con un antifaz también verde. Se trata de Isabela Castrucho, que finge estar endemoniada para evitar el casamiento no deseado que su familia ha dispuesto y poder unirse a su verdadero amado, Andrea Marulo (que, a su vez, se finge igualmente loco para rehuir el matrimonio señalado por sus padres). Más tarde se descubre que los únicos demonios que poseen a Isabela son sus amorosos pensamientos. Su historia, de nuevo, pone admiración en el alma de todos los circunstantes.

Asimismo, causa admiración la historia del aventurero Ortel Martín Banedre, quien indica en III, 6: «me han sucedido cosas de que quizá pudieran hacer una gustosa y verdadera historia» (p. 774b). En III, 7 los peregrinos le piden que refiera sus hechos con todas las menudencias, porque eso acrecienta la gravedad del cuento. Así lo hace el polaco, dejando a todos «admirados de sus sucesos y del buen donaire con que los había contado» (p. 776a)[4].


[1] Ver Edward C. Riley, «Aspectos del concepto de admiratio en la teoría literaria del Siglo de Oro», en Studia Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1963, vol. III, pp. 173-183.

[2] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[3] Como vemos, causan admiración tanto la belleza y nobleza de los protagonistas como las historias que se van intercalando en el relato.

[4] Antes se había indicado que «la salsa de los cuentos es la propiedad del lenguaje en cualquiera cosa que se diga» (p. 775a). Por supuesto, en este apartado de la admiración habríamos de añadir todas las aventuras y sucesos extraordinarios propios del molde de la novela griega: tormentas, naufragios, asaltos y combates, profecías, elementos de magia y superstición, uso de disfraces, etc. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

El «Persiles», un laberinto de historias intercaladas

Persiles, ed. de J. B. Avalle-ArceCervantes, que siempre elogia la liberalidad, se nos muestra en el Persiles liberal de palabras, pródigo de historias. Ese caudal de historias, de peligros y de muertes que va enhebrando en la narración como en un rosario viene a demostrar su increíble capacidad fabuladora. A veces los personajes se dejan llevar por el puro placer de contar (y también de escuchar lo contado por otros), de forma que el libro se convierte en un verdadero laberinto de historias y de lenguas.

Así, cuentan sus historias Antonio (y la continúa su esposa Ricla), Rutilio, Mauricio, Periandro y, en general, cada nuevo personaje que se va incorporando al grupo. Con relación a las novelas intercaladas, parte de la crítica ha entendido que se trata de un retroceso estético, al considerar que Cervantes vuelve a un procedimiento del Quijote de 1605 que había quedado desestimado en la segunda parte de 1615. Sin embargo, todas estas historias intercaladas no son gratuitas, sino que ofrecen variaciones sobre los temas centrales (amor, matrimonio, celos, religión, muerte…) y presentan ejemplos que imitar o ejemplos que rechazar. En suma, contribuyen al perspectivismo de la novela.

El mejor ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Periandro, dilatada a lo largo de varios capítulos del segundo libro, que genera comentarios diversos entre sus oyentes. En II, 14 Mauricio opina que se extiende mucho contando «su extraña peregrinación», y argumenta respecto a sus digresiones que «los episodios que para ornato de las historias se ponen no han de ser tan grandes como la misma historia; pero yo, sin duda, creo que Periandro nos quiere mostrar la grandeza de su ingenio y la elegancia de sus palabras» (p. 747b)[1]. Transila, por su parte, opina que «ora se dilate o se sucinte en lo que dice, todo es bueno y todo de gusto» (p. 747b). Al final de ese capítulo Mauricio insiste en sus quejas:

Apostaré […] que se pone agora Periandro a describirnos toda la celeste esfera, como si importase mucho a lo que va contando el declararnos los movimientos del cielo. Yo, por mí, deseando estoy que acabe… (p. 749a).

Y los comentarios similares continúan en II, 15: para Transila «prosigue bien su cuento» (p. 750a), mientras que el narrador señala que las razones «cuando son largas, aunque sean buenas, antes enfadan que alegran» (p. 750a); y el propio Periandro comenta: «El gusto de lo que soñé […] me hizo no advertir de cuán poco fruto son las digresiones en cualquiera narración, cuando ha de ser sucinta y no dilatada» (p. 751a). Por ello, dado que algunos de sus oyentes se cansan, decide seguir su plática pero abreviándola. También en el diálogo final del capítulo II, 16 se ponderan los rodeos de la historia:

—¡Válame Dios —dijo Rutilio en esto—, y por qué rodeos y con qué eslabones se viene a enga[r]zar la peregrina historia tuya, oh Periandro!

—Por lo que debes al deseo que todos tenemos de servirte —añadió Sinforosa—, que abrevies tu cuento, ¡oh historiador tan verdadero como gustoso!

—Sí haré —respondió Periandro—, si es posible que grandes cosas en breves términos puedan encerrarse (p. 752a)[2].

En I, 16 los viajeros, después de sortear diversos peligros en alta mar, encuentran un patrón que les ofrece hospedaje. Este asilo, y más tarde otros lugares de detención como el palacio del rey Policarpo, o los mesones de la Europa meridional en los que se albergan, van a desempeñar una función similar a la de las ventas en el Quijote: allí se reúnen los personajes dispersos o se les suman otros nuevos, y allí les suceden fantásticas aventuras; así, al aludir a uno de estos mesones en IV, 1, el narrador subraya que es un lugar «adonde siempre les solía acontecer maravillas» (p. 803b). Un buen ejemplo de cómo se encadenan o arraciman las historias lo tenemos en II, 14, donde se da el procedimiento de la narración dentro de la narración: la historia de Sulpicia se incorpora al relato general de Periandro. No es solo que unas historias secundarias se engarcen con otras, sino que a veces determinados personajes reaparecen o sus casos se retoman al cabo de cierto tiempo: así, en el caso del portugués Manuel de Sosa Coitiño, primero se cuenta su historia y muerte (I, 11), y más tarde, cuando los peregrinos están en Lisboa (III, 1), tienen ocasión de ver su epitafio y se añaden nuevos detalles sobre el desenlace…[3]


[1] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[2] Al final de II, 19 Periandro sigue «su tantas veces comenzado y no acabado cuento» (p. 757b). Y en II, 20 se explica que «las pláticas largas, aunque sean de importancia, suelen ser desabridas» (p. 759a).

[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

El taller narrativo del «Persiles»: ejes estructurantes

Los trabajos de Persiles y SigismundaPues bien, consideremos ahora el Persiles como un amplio y complejo taller de escritura. La primera idea que convendría destacar es que nos encontramos ante una novela perfectamente unificada tanto estructural como semánticamente, ante un relato complejo, sí, pero en el que todas sus partes se integran literariamente, según la idea clásica de unidad dentro de la variedad. ¿Cómo consigue Cervantes que esto sea así?

Tenemos en el Persiles una serie de palabras clave o ejes estructurantes imprescindibles para entenderlo mejor: trabajos, amor, celos, deseo Detengámonos en este último elemento. Hay un momento, en el libro II, capítulo 4, cuando los personajes se hallan en el palacio del rey Policarpo, en el que el narrador afirma: «Todos deseaban, pero a ninguno se le cumplían sus deseos: condición de la naturaleza humana, que, puesto que Dios la crió perfecta, nosotros, por nuestra culpa, la hallamos siempre falta, la cual falta siempre la ha de haber mientras no dejáremos de desear» (p. 729b[1]). Estas palabras las debemos poner en relación con el aforismo que estampa Diego de Ratos en el libro del español: «No desees, y serás el más rico hombre del mundo» (p. 804b). Pero esto es algo difícil de cumplir porque los deseos son infinitos, como en otro lugar se explicita: «En esta vida, los des[e]os son infinitos, y unos se encadenan de otros, y se eslabonan, y van formando una cadena que tal vez llega al cielo, y tal se sume en el infierno» (p. 817b).

Para la pareja protagonista, el deseo más importante es el de llegar a Dios: «Como están nuestras almas siempre en continuo movimiento, y no pueden parar ni sosegar sino en su centro, que es Dios, para quien fueron criadas, no es maravilla que nuestros pensamientos se muden» (p. 760b). Esta idea agustiniana se repite como un leit motiv a lo largo de la novela; en sentido similar se expresa Auristela en IV, 10, en conversación con Periandro: «Nuestras almas, como tú bien sabes, y como aquí me han enseñado [se refiere a la doctrina católica recibida en Roma], siempre están en continuo movimiento y no pueden parar sino en Dios, como en su centro» (p. 817b). El peregrinaje de los cuerpos ha llevado a los protagonistas a Roma; el movimiento de las almas los conduce a Dios[2]. El deseo, en sus distintas acepciones, es uno de los temas estructurantes del Persiles.

Otro de los ejes de la novela sería el binomio barbarie / civilización, bien estudiado por la crítica. Remito para este asunto al estado de la cuestión establecido por Pelorson[3].


[1] Todas las citas del Persiles serán por la edición de Florencio Sevilla Arroyo: Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[2] Para más detalles, ver Jean-Marc Pelorson, El desafío del «Persiles», Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 2003, pp. 59-74.

[3] Ver Pelorson, El desafío del «Persiles», pp. 49-58. Remito también a Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

El propósito del «Persiles» y sus principales interpretaciones

Antes de entrar en materia, tal vez no sea ocioso recordar la altísima estima en que Cervantes tuvo esta obra, el «gran Persiles», como la denominó en un par de ocasiones. En efecto, el Persiles es una novela que nacía con voluntad de obra maestra, de inmortalizar a su autor, aunque la posteridad haya decidido que la obra verdaderamente imperecedera de Cervantes no fuera esta, sino el Quijote. Sería precisamente en la dedicatoria al conde de Lemos de la segunda parte donde escribió:

Con esto […] me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia Los trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin dentro de cuatro meses, Deo volente, el cual ha de ser o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque según la opinión de mis amigos ha de llegar al estremo de bondad posible (Quijote, ed. Rico, p. 623).

Las EtiopicasLa intención declarada de la obra fue «competir con Heliodoro»[1], el autor de las Etiópicas o Teágenes y Cariclea; pero podríamos imaginar que, junto a ese propósito explícito, hay otro latente: competir con Lope de Vega, el gran rival literario, que en 1604 había dado a las prensas El peregrino en su patria[2]. Cervantes, ninguneado por sus contemporáneos como poeta; Cervantes, que hubo de ver cómo el Fénix de los Ingenios se alzaba con el cetro de la monarquía cómica y cerraba el paso a su producción dramática, no podía consentir que se le arrebatase también la gloria de ser el primer narrador de España, y para ello no le bastaba con el éxito cosechado con una obra narrativa eminentemente cómica, paródica, provocante a risa. Cervantes debía batirse también en el terreno de la narrativa seria que tomaba como modelo la novela griega. No olvidemos la gran estimación que de este género se tenía en la época, cuando los preceptistas (por ejemplo el Pinciano, en su Filosofía antigua poética de 1596) equiparan estas novelas de aventuras con la epopeya clásica, es decir, vienen a aceptar que es posible cultivar una épica en prosa[3].

Precisamente es este, como estudiara Riley, uno de los principios básicos sobre los que se asienta la teoría de la novela de Cervantes. Esta consideración nos ayuda a entender mejor las esperanzas depositadas por el ingenio alcalaíno en su Persiles. Es casi un lugar común recordar asimismo el célebre pasaje de Quijote, I, 47 en el que el canónigo toledano esboza su idea —la idea de Cervantes, si consideramos aquí al personaje portavoz del escritor— de lo que había de ser la novela ideal de caballerías: una novela que, despojada de las exageraciones y extravagancias del género caballeresco, conservara sin embargo todos sus atractivos, ofreciendo al escritor un amplio campo para el desarrollo de su imaginación creadora (lo maravilloso) y manteniendo los principios de verosimilitud, unidad dentro de la variedad, decoro y ejemplaridad. Merece la pena recordar ese pasaje:

… y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, describiendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas, pintando un capitán valeroso con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente previniendo las astucias de sus enemigos y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando ora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado; representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante, si quisiere. […] Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso (Quijote, ed. Rico, pp. 549-550[4]).

Simplificando mucho, podríamos afirmar que hay dos grandes líneas de interpretación del Persiles por parte de la crítica, que —en teoría— no son necesariamente excluyentes o contradictorias: por un lado, están aquellos estudiosos que consideran el Persiles un libro serio, moralizante, portavoz de la ideología contrarreformista, los cuales insisten fundamentalmente en sus valores alegóricos (Casalduero, Vilanova, Avalle-Arce…); en el extremo contrario se sitúan los que consideran que se trata de un libro de entretenimiento[5]. Estos críticos ponen de relieve lo que hay en la novela de construcción narrativa, de juego, de distanciamiento, de ironía (en definitiva, se centran en el Persiles como taller de escritura similar al Quijote)[6].


[1] «Los Trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza» (prólogo a las Novelas ejemplares).

[2] Recordemos también el Clareo y Florisea de Núñez de Reinoso y la Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras. Para el contexto de la novela griega, ver Antonio Vilanova, «El peregrino andante en el Persiles de Cervantes», Boletín de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, 22, 1949, pp. 97-159; Stanislav Zimic, «El Persiles como crítica de la novela bizantina», Acta neophilologica, 3, 1970, pp. 49-64; Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, La novela bizantina española: apuntes para una revisión del género, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1988; Emilia Inés Deffis de Calvo, «El cronotopo de la novela española de peregrinación: Miguel de Cervantes», Anales cervantinos, 28, 1990, pp. 99-106; y Javier González Rovira, La novela bizantina de la edad de oro, Madrid, Gredos, 1996.

[3] Ver Edward C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, trad. de Carlos Sahagún, Madrid, Taurus, 1962, p. 94.

[4] Ver Alban K. Forcione, Cervantes, Aristotle and the «Persiles», Princeton, Princeton University Press, 1970, p. 169.

[5] Así lo calificó el propio Cervantes, circunstancia que Riley explica así: «Lo llama obra de “entretenimiento”, pues aunque con él trató de dignificar la novela, pretendía, además de esto, que su último libro fuese una obra de alcance popular. El Persiles es una obra bizantina de ambiente contemporáneo y un libro de caballerías actualizado» (Teoría de la novela en Cervantes, p. 96).

[6] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

El «Persiles» de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco

Los_trabajos_de_Persiles_y_Sigismunda_(1617)Si Los trabajos de Persiles y Sigismunda ha sido, durante mucho tiempo, uno de los libros menos estudiados y peor entendidos de Cervantes, en las últimas décadas el panorama crítico ha cambiado notablemente, hasta el punto de poder afirmarse que la novela póstuma del ingenio complutense goza hoy día de una excelente salud. Recordemos que, si bien la obra alcanzó un rotundo éxito —superior incluso al del Quijote— en el momento de su aparición (con seis ediciones en 1617 y varias traducciones en los años inmediatos), más tarde cayó en un profundo olvido que duraría siglos[1].

El interés por ella empezó a recuperarse en el siglo XX: hitos importantes fueron la edición de 1914 de Schevill y Bonilla dentro de las Obras completas de Cervantes y la de Avalle-Arce en Castalia en 1969[2]; desde entonces, el interés se ha intensificado y hoy contamos con una exhaustiva edición crítica —la de Carlos Romero, en Cátedra, con un buen arsenal de notas y apéndices, que había alcanzado ya una tercera edición en 2003—, a lo que debemos añadir la publicación en los últimos años de varias monografías[3]. Como último detalle de ese renovado interés podemos mencionar la reciente celebración, en septiembre de 2003 y en Lisboa, del V Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, con el Persiles como tema central. En definitiva, parece claro que estamos asistiendo a una profunda revalorización de la obra que pudiéramos considerar el testamento literario de Cervantes, y las entradas que le voy a dedicar quieren insistir en esa revalorización, poniendo de manifiesto su riqueza y también su complejidad narrativa.

En este sentido, al hablar del Persiles como paradigma del arte narrativo barroco, pretendo destacar la compleja construcción levantada por Cervantes, haciendo gala de su maestría narrativa, que se manifiesta en un hábil manejo de numerosos recursos técnicos y estructurales: no en balde en esta su última novela intenta llevar a la práctica su particular teoría narrativa, concretada en una novela de aventuras ideal. Suele repetirse, y con toda razón, que Cervantes se convierte con el Quijote en el creador de la novela europea moderna. Sin embargo, a ese proceso de renovación del género novelístico contribuye también el Persiles, una pieza que probablemente se ha ido escribiendo, en distintos periodos, coincidiendo o alternando con la redacción de la primera parte del Quijote, las Ejemplares y la segunda parte del Quijote, en esa década prodigiosa que va de 1605 a 1615. El Persiles es una obra rica en contenido ideológico, pero no menos rica también en su expresión artística; y aunque en cualquier obra literaria el fondo y la forma sean en última instancia inseparables, quisiera destacar —lo iremos viendo en los próximos días— algunos aspectos de la complejidad narrativa de la obra[4].


[1] Ver Rafael Osuna, «El olvido del Persiles», Boletín de la Real Academia Española, 48, 1968, pp. 55-75.

[2] Otros trabajos importantes de esas fechas fueron los siguientes: Carlos Romero, Introduzione al «Persiles» di Miguel de Cervantes, Venezia, Consiglio Nazionale delle Ricerche, 1968; Alban K. Forcione, Cervantes, Aristotle and the «Persiles», Princeton, Princeton University Press, 1970 y Cervantes’ Christian Romance. A Study of «Persiles y Sigismunda», Princeton, Princeton University Press, 1972; Juan Bautista Avalle-Arce y Edward C. Riley (eds.), Suma cervantina, Londres, Tamesis, 1973; y Joaquín Casalduero, Sentido y forma de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», 2.ª ed., Madrid, Gredos, 1975.

[3] Ver, sobre todo, Diana de Armas Wilson, Allegories of Love: Cervantes’ «Persiles and Sigismunda», Princeton, Princeton University Press, 1991; Emilio Orozco Díaz, Cervantes y la novela del Barroco (del «Quijote» de 1605 al «Persiles»), edición, introducción y notas de José Lara Garrido, Granada, Universidad de Granada, 1992; Stephen Harrison, La composición de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», Madrid, Pliegos, 1993; Aurora Egido, Cervantes y las puertas del sueño: estudios sobre «La Galatea», el «Quijote» y el «Persiles», Barcelona, PPU, 1994; Amy R. Williamsen, Co(s)mic Chaos. Exploring «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», Newark, Juan de la Cuesta, 1994; Julio Baena, El círculo y la flecha: principio y fin, triunfo y fracaso del «Persiles», Chapel Hill, Department of Romance Languages-University of North Carolina, 1996; Isabel Lozano Renieblas, Cervantes y el mundo del «Persiles», Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1998; Maria Alberta Sacchetti, Cervantes’ «Los trabajos de Persiles y Segismunda»: a Study of Genre, Rochester, Tamesis, 2001; Jean-Marc Pelorson, El desafío del «Persiles», Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 2003; y Jean-Pierre Sánchez (coord..), Lectures d’une œuvre. «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» de Cervantes, Nantes, Éditions du Temps, 2003. La bibliografía, por supuesto, se ha seguido acumulando en los años posteriores.

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

El «Persiles», novela póstuma de Cervantes: argumento y sentido

La última narración cervantina, Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia setentrional[1], publicada póstumamente en 1617, pertenece al género de la denominada novela bizantina o de aventuras griegas (no entro ahora en la discusión terminológica): Persiles, príncipe del reino de Tule, peregrina con Sigismunda, heredera de Frislandia, desde las frías y poco civilizadas tierras del norte de Europa hasta Roma, centro de la Cristiandad. En ese peregrinaje, en el que se presentan ante los demás como hermanos y ocultan su verdadera personalidad bajo los nombres simbólicos de Periandro (el ‘hombre peregrino’, el homo viator por antonomasia) y Auristela (la ‘estrella de oro’, que es su luz y guía), los enamorados corren numerosos peligros, se enfrentan a bárbaros y piratas, sufren naufragios y otros mil trabajos ‘penalidades, sufrimientos’ (tal es el sentido de la palabra en el título).

Portadade Los trabajos de Persiles y Sigismunda

El Persiles se ha considerado como un poema épico en prosa cristianizado, y de ahí el orgullo que Cervantes sentía por esta obra cuya aparición anunció en diversas ocasiones. Por ejemplo, en la dedicatoria al conde de Lemos con que encabeza la Segunda parte del Quijote, dice que su libro ha de ser «o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento»[2]. El «gran Persiles» había sido prometido también en el prólogo de las Novelas ejemplares, en la dedicatoria de las Ocho comedias y en el capítulo IV del Viaje del Parnaso, y además dio un esbozo del mismo en el capítulo I, 47 del Quijote, en el que el canónigo toledano pergeña su idea —la idea de Cervantes, si consideramos aquí al personaje portavoz del escritor— de lo que había de ser la novela de caballerías ideal: una novela que, despojada de las exageraciones y extravagancias del género caballeresco, conservara sin embargo todos sus atractivos, ofreciendo al escritor un amplio campo para el desarrollo de su imaginación creadora (lo maravilloso) y manteniendo los principios de verosimilitud, unidad dentro de la variedad, decoro y ejemplaridad:

… y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, describiendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas, pintando un capitán valeroso con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente previniendo las astucias de sus enemigos y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando ora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado; representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante, si quisiere. […] Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso[3].

El propósito declarado de Cervantes con el Persiles fue «competir con Heliodoro» y, de hecho, se ha señalado como fuente última su Teágenes y Clariquea, aunque sabemos que manejó también elementos de otras procedencias. Externamente la novela se divide en cuatro libros, de los cuales los dos primeros ocurren en las exóticas y bárbaras tierras del norte, donde apenas brilla la luz del cristianismo, y los dos últimos en escenarios conocidos (Portugal, España, Francia e Italia, hasta acabar la acción en Roma, «el cielo de la tierra»). Uno de los principales defectos que se le ha señalado es que los personajes son planos, meros arquetipos o encarnaciones del ideal platónico. Sobre todo los dos enamorados, que son dechados de belleza y perfección, adornados de virtudes de todo tipo, pero con muy poca encarnadura. Tanto es así, que a veces resultan más interesantes los numerosos personajes secundarios que aparecen, se unen al «hermoso escuadrón» de peregrinos y cuentan sus propias historias, a cual más curiosa y peregrina.

En cuanto al estilo, la prosa del Persiles es elegante y armoniosa, aunque se aprecia que la novela fue acabada precipitadamente (Cervantes, muy enfermo, luchaba contra el tiempo) y que le falta la última mano para pulir la redacción (la mayoría de los capítulos no llevan epígrafes, otros están medio esbozados, sin terminar de desarrollar bien la acción que presentan, especialmente al final del libro IV, cuando el desenlace se precipita…).

Esta obra alcanzó un gran éxito en el momento de su aparición (contó con varias reediciones en 1617 y al año siguiente), pero luego cayó en el más completo olvido. A principios del siglo XX Azorín, con su fina sensibilidad de crítico, llamó la atención sobre muchos de sus valores y el olvido en que se encontraba, pero ha sido en las últimas décadas de la pasada centuria cuando la crítica ha empezado a dedicarle mayor atención en distintos aspectos (su estructura y sus técnicas narrativas, su interpretación ideológica, su condición de libro de entretenimiento, etc.).


[1] Véase Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. de Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1992 [1.ª ed., 1969]. Más reciente es la edición debida a Carlos Romero Muñoz (Madrid, Cátedra, 2002, 2.ª ed. revisada y puesta al día).

[2] Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes / Crítica, 1998p. 623.

[3] Don Quijote de la Mancha, ed. citada, pp. 549-550.